23 enero 2009

El discurso de los justos sobre Palestina


Dori Pérez Cruz

"Es imprescindible para el Estado de Israel, para el pueblo árabe y para el mundo occidental que haya paz en Oriente Próximo. No un simple alto el fuego o una paz que venga impuesta desde fuera, sino una paz que sea el resultado de negociaciones, cesiones recíprocas y acuerdos finales entre judíos y árabes."

Hannah Arendt, 1948

Estamos acostumbrados en los últimos días a escuchar opiniones “políticamente correctas” en lo referente a la intervención militar israelí en Gaza. Opiniones como la de la representante del Gobierno socialista Leire Pajín en una entrevista a Radio Nacional donde mantenía que deben cesar los ataques de una y otra parte, y enfatizando que Hamas debe terminar con sus lanzamientos de cohetes. También en la misma emisora, el expresidente de la Junta de Extremadura Juan Carlos Rodríguez Ibarra manifestó el derecho de Israel a defenderse y mostró su comprensión por el trauma histórico que lleva Israel sobre sus espaldas y que despierta reacciones desproporcionadas como las que estamos viviendo en estos días. No dejó sin embargo Ibarra de mostrar al mismo tiempo su solidaridad con el pueblo palestino.

Pero son precisamente esas medias tintas, esa aparente impoluta neutralidad o ese sentido común cargado de honorabilidad que se atribuyen algunos “justos”, junto con una omisión, deliberada o no, de un contexto histórico complejo, además de un tratamiento frívolo por parte de los medios de comunicación, los que enturbian el conocimiento profundo de la realidad injusta en la que se encuentra inmersa el pueblo palestino.

El proyecto de la creación del Estado de Israel tiene sus raíces en el año 1898 donde el judío religioso sionista Theodor Herzl proclamó, junto con la fundación del movimiento sionista, el derecho del pueblo judío a volver a su tierra prometida. La vuelta del pueblo judío se legitimó tras dos mil años de historia de éxodo. El proyecto sionista se convirtió en el núcleo de la identificación judía, y la ocupación de la tierra prometida era el eje central del derecho otorgado por Dios al pueblo elegido.

Tras la Segunda Guerra Mundial y las terribles consecuencias de esta sobre el pueblo judío, las potencias occidentales, por un lado, como nuevo proyecto de orden mundial y como falta de voluntad para integrar a la comunidad judía ortodoxa en sus sociedades, y los sionistas, por otro lado, como compensación por el sufrimiento vivido, encontraron el momento histórico adecuado para la fundación del Estado de Israel.

La fundación de Israel el 15 de mayo de 1948 significó para el pueblo palestino la catástrofe, la “Nakba”. La guerra de la independencia significó para ellos una limpieza étnica: de un total de 900 000 árabes palestinos, 750 000 perdieron ya entonces su tierra, cientos de pueblos palestinos fueron destruidos por el ejercito israelí. En 1950 el parlamento de Israel dio luz verde a las leyes Law or Return, ley de la vuelta, y la Absentee Property Law o ley de las propiedades desocupadas, que legitimaban la vuelta de los judíos de todo el mundo. La escasa población árabe fue sometida a un gobierno militar israelí en 1966. Ya en diciembre de 1948, Naciones Unidas publicó una resolución donde se decía que “para los refugiados [palestinos] que deseen volver a sus territorios se debe facilitar la vuelta lo antes posible, y estos deben de vivir en paz con sus vecinos, y aquellos que no deseen volver deben recibir una compensación por la pérdida de sus propiedades”. Esta resolución no ha sido puesta en práctica hasta el día de hoy.

En junio de 1967, en la llamada Guerra de los Seis Días, Israel ocupó territorios en Jordania, la Península del Sinaí, los Altos del Golán en Siria, y en la franja de Gaza. Desde entonces viven en estos territorios cinco millones de palestinos hacinados en un espacio reducido y bajo el control directo del ejército israelí.

El delegado general en España de la Autoridad Nacional Palestina, en una entrevista a El País el pasado día 13 de enero, contestaba lo siguiente: Israel no ha respetado ninguna resolución de las Naciones Unidas relacionadas con los refugiados, ocupación de territorios etc., rechaza la intervención de las Naciones Unidas, Israel no ha permitido la entrada de comités de investigación a los territorios ocupados. Una de estas comisiones fue presidida por Desmont Tutu, Premio Nobel de la Paz, que fue a investigar la responsabilidad sobre una masacre cometida en Gaza en 2003.


En diciembre de 1987, veinte años después de la ocupación de los territorios palestinos tuvo lugar la Primera Intifada, que duró cinco días, donde el pueblo se enfrentó palestino con muy pocos medios al ejército israelí. Israel respondió con un ataque donde fueron encarcelados miles de activistas y murieron cientos de civiles. Con el posterior Acuerdo de Oslo, por el que Palestina hizo enormes concesiones territoriales y se produjo la vuelta del gobierno de Arafat del exilio, Israel esperó cierta calma siempre y cuando el gobierno de la OLP aplacara con un aparato policial enorme cualquier brote de resistencia.

El final del Acuerdo de Oslo dejó tras de sí no sólo una policía corrupta y una OLP debilitada sino también una población palestina empobrecida y aislada que, desesperada y sin unidad contra la ocupación, desembocó en la Segunda Intifada.

Desde 2002 Israel puso en práctica una mano aún más dura si cabía contra la población palestina. La elección de Hamas fue una respuesta a esta situación. Aunque Hamas fue llamada a presentarse a las elecciones por organismos internacionales y estas fueron limpias y controladas por observadores como Jimmy Carter, y aunque ganaron las elecciones en 2006 con una holgada mayoría, el gobierno de Israel procedió a la detención de decenas de parlamentarios electos y miembros del ejecutivo. Hamas fue desmembrado antes de su inicial proceso de institucionalización. Tras la victoria de Hamas, Israel tenía ahora una justificación más ante el mundo occidental, al alinearse aún más contra la amenaza terrorista mundial. Por eso no tuvo escrúpulos en invadir y arrasar el Sur del Líbano en su particular guerra contra el terrorismo en verano del 2006. Desde la Conferencia de Anápolis en 2007, donde Israel se comprometió poner fin a las hostilidades, han aumentado los asentamientos 38 veces, han completado su política de judaizar Jerusalén oriental, se han aumentado los controles militares, Israel sigue construyendo el muro racista en el corazón de los territorios palestinos ocupados, y el número de detenidos palestinos ascendió a once mil, entre ellos muchos diputados y altos cargos del gobierno. Quien hace esa política no quiere la paz. Palestina no tiene ejército mientras que Israel es una fuerza nuclear, el quinto ejército más preparado del mundo y el primero más moderno. Palestina no ocupa Israel, pero sí ocurre lo contrario. Arafat reconoció el Estado de Israel, en cambio, Israel nunca ha reconocido a Palestina. Desde hace tres años existe un bloqueo genocida en la Fraja de Gaza, su puerto y aeropuerto han sido bombardeados junto con los centros de suministro energético y de agua. Se ha restringido drásticamente la entrada de alimentos, medicamentos, y todo tipo de intercambio con el exterior.

Los ataques indiscriminados a la población y a las infraestructuras palestinas obedecen al proyecto original sionista de ocupación. Las propuestas de coexistencia de ambos pueblos han sido denegadas sistemáticamente por Israel.

El conflicto de Oriente Próximo nos sumerge en una sentimiento de vulnerabilidad profundo, ya que en ningún otro conflicto se demuestra con tanta claridad la distribución de los poderes e intereses en el seno de organizaciones como Naciones Unidas. Estados Unidos siempre ha hecho uso de su derecho a veto, presionado por los intereses económicos judíos en este país, cuando se trata de proteger a Israel de alguna represalia. Las organizaciones internacionales, que fueron creadas a partir de la Segunda Guerra Mundial para evitar genocidios y ofensivas como las de Hitler, nos demuestran una vez más que se encuentran maniatadas y que están llamadas a obedecer al orden mundial que deciden los poderosos.

Es por todo esto que las peticiones de moderación para ambos lados adquieren un amargo sabor de humo negro cuando un lado masacra y el otro es masacrado. Los tan propagados llamamientos a la paz y al entendimiento en los medios de comunicación occidentales y de la clase política bienpensante son una clara invitación al desconocimiento del trasfondo del problema palestino y son difundidos desde la arrogancia del que oculta también un pasado manchado por la injusticia, la violencia y la indiferencia. Decir que Hamas debe parar de tirar cohetes es comparable a afirmar que los partisanos de la Resistencia francesa deberían haber depuesto sus armas ante la invasión nazi. Tal propuesta de no violencia por ambas partes denota ignorancia y convierte a estos representantes políticos en implícitos cómplices de la barbarie, ya que tan desproporcionada es esa invitación como lo está siendo la intervención militar israelí en la Franja de Gaza.

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