José López Montes
El revuelo provocado en Benalúa a raíz del anteproyecto de la línea del AVE que podría atravesar nuestra vega, y del que nos hacemos eco en esta edición del Bermellón, hace que revivamos la profunda frustración de sentir que tenemos una democracia formal en la que la voz del pueblo ha conquistado apenas el derecho a que la dejen protestar, y donde las decisiones de auténtico calado que nos afectan a todos las toman otros en otra parte.
En la España actual en la que la vida política parece reducirse a la interminable crónica del enfrentamiento entre socialistas y populares, a modo de un eterno Barça-Madrid donde los demás no cuentan, desde Izquierda Unida queremos posicionarnos claramente para mostrar en qué se diferencia nuestro programa e ideario de otras opciones también autoproclamadas como de izquierdas.
Hemos comenzando rastreando el origen de las dos principales corrientes de la izquierda política para entender cómo se ha llegado a la situación actual de bipartidismo en la que las políticas de la derecha liberal representada por el PP y la socialdemocracia del PSOE cada vez se parecen más, y mostrando por qué desde nuestro punto de vista las políticas socialdemócratas, sobre todo en lo económico, terminan cediendo al poder del capital traicionando su declarado humanismo en tanto que a fin de cuentas defiende antes al mercado que a la persona.
Si durante unas décadas las concesiones al mercado sí han redundado en un mayor poder adquisitivo de los trabajadores a la par que en ciertas mejoras sociales, cuando el mercado entra en crisis, las políticas liberales que se hacen imprescindibles para que la máquina sigua funcionando (léase jubilación a los 67 años o facilidades para el despido) empiezan a tensar la tolerancia de los trabajadores y hacen aflorar las contradicciones de la socialdemocracia.
Tras el fracaso de los regímenes comunistas de cuño soviético en Europa, bien amplificado por los medios de comunicación, asistimos hoy al silenciado fracaso de los regímenes capitalistas, que han sumido al planeta en la mayor pobreza y desigualdad desde que la Humanidad existe como tal. Ninguno de los dos modelos han cuestionado el progreso y la idea de crecimiento. El concepto tan de moda del desarrollo sostenible sigue apoyanto la idea de que no hay otra posibilidad que crecer, por lo que es una contradicción flagrante en sus términos, que acaso esconde nuevas oportunidades de negocio para seguir alentando el consumo. Se impone una revolución en nuestra manera de entender el trabajo y la vida.
28 febrero 2010
17 febrero 2010
La socialdemocracia vista desde la izquierda
José López Montes - Consejo Local de Benalúa
-[...] ¿Qué régimen político predominará en ese futuro paradisíaco?, me preguntará usted. Y yo le responderé. Una socialdemocracia muy liberal. En el caso de que no haya guerra y continuemos por la vida coexistencial, llegaremos a un serio atasco del crecimiento dentro del sistema capitalista y es posible que incluso dentro del sistema socialista. ¿Ha leído usted Comunismo sin crecimiento de Wolfgang Harich? Acaba de editarse en España pero yo lo había leído en alemán. Harich es un comunista alemán que pronostica: "Si el ritmo actual de desarrollo mundial prosigue sin alteraciones, la Humanidad desaparecerá en dos o tres generaciones." Propone un comunismo austero, es decir, un modelo de supervivencia económica frente a la tesis capitalista de crecimiento continuado y a la eurocomunista de desarrollo alternativo controlado, fiscalizado por la clase obrera y dirigido a conseguir su hegemonía como clase. Yo ya soy viejo y no viviré para verlo.
No sufro por mi estirpe. No me importa lo que pueda ocurrir. Me entristece quizá que desaparezcan esta ciudad o los paisajes que amo. ¿Ha visto usted una puesta de sol en Mikonos?
Manuel Vázquez Montalbán, Los Mares del Sur (1979)
Un poco de historia:
el origen de la socialdemocracia
Si en Alemania vio la luz la formulación de las tesis marxistas, que predecían el colapso del capitalismo y la inevitable ascensión al poder de los obreros como clase dominante, también de Alemania vinieron las principales críticas al marxismo que a la postre escindieron a la izquierda en dos grandes corrientes enfrentadas: la revolucionaria y la socialdemócrata o reformista.
En la raíz de esta división se situó el convencimiento en que el capitalismo no estaba siendo tan terrible para los obreros como se había anunciado: al contrario de lo que Marx predijo, las clases medias estaban creciendo y las condiciones de vida fueron mejorando sensiblemente. Las tesis principales de la socialdemocracia partían de la base de que era posible domesticar el capitalismo salvaje para que el crecimiento económico de las empresas arrastrara a las demás clases sociales hacia una mayor prosperidad.
El ideólogo principal de la socialdemocracia fue el socialista alemán Eduard Bernstein (1850-1932).
En su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia recopiló una serie de artículos escritos desde 1896, ya desaparecido Engels, en la que reconocía que el capitalismo se sobreponía a la crisis profetizada con gran energía, y que la clase media no menguaba sino todo lo contrario. Tras este análisis Bernstein concluía que el camino al socialismo era posible a través de reformas. Es más, se refutaba la propia idea de socialismo negando que fuera un sistema político al que tender, y lo reducía a una serie de valores éticos. Por tanto se renunciaba al objetivo de la revolución y se abría la posibilidad de pactar con las clases dominantes y entrar en la vida parlamentaria para conseguir sus objetivos sociales en el marco de la democracia representativa. Estos objetivos eran sobre todo la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera. Poco antes de la Primera Guerra Mundial la división entre la izquierda comunista y la socialdemócrata se hizo patente en la desintegración de la II Internacional, y la creación de la III Internacional, que llegó al poder en Rusia en 1917.
Y esto sin tener en cuenta otras múltiples divisiones entre anarquistas, sindicalistas, y tendencias trotskystas. Esta división, junto a una creciente conciencia obrera fue un buen caldo de cultivo para el auge de los fascismos.
Los inicios del socialismo en España
Entre tanto, a principios del siglo XX la socialdemocracia española iba por otros derroteros bien distintos a la centroeuropea: El Partido Socialista Obrero Español fue fundado por Pablo Iglesias en 1879 con un ideal revolucionario. Y aún en 1910, cuando en la socialdemocracia europea el reformismo era ampliamente defendido, Pablo Iglesias mantenía que al margen de la vía parlamentaria, los objetivos y medios del socialismo iban más lejos, y seguía mante-niendo la confrontación marxista de clases:
Es cierto que aspiramos a llevar representantes de nuestras ideas al municipio, a la diputación y al parlamento, pero jamás hemos creído, ni creemos que desde allí pueda destruirse el orden burgués y establecer el orden social que nosotros defendemos.
(Pablo Iglesias,
Comentarios al programa socialista, Madrid, 1910)
El PSOE viene a buscar aquí [al Parlamento], a este cuerpo de carácter eminentemente burgués, lo que de utilidad pueda hallar, pero la totalidad de su ideal no está aquí. La totalidad ha de ser obtenida de otro modo. Mi partido está en la legalidad mientras ésta le permita adquirir lo que necesita; fuera cuando ella no le permita alcanzar sus aspiraciones. [...] Debemos, viendo la inclinación de este régimen por S.S., comprometernos para derribar ese régimen. Tal ha sido la indignación por la política del Gobierno del Sr. Maura en los elementos proletarios que nosotros hemos llegado al extremo de considerar que antes de S.S. suba al poder debemos ir hasta el atentado personal.
(Pablo Iglesias,
Diario de Sesiones del Parlamento, 7 de julio de 1910)
Sin duda las terribles desigualdades sociales existentes en la España de principios del siglo XX hacían patente la necesidad de plantear políticas verdaderamente revolucionarias. El reformismo no entraba en cuestión.
En 1920 y 1921, con Pablo Iglesias ya enfermo y cesante de sus funciones, y como consecuencia de la progresiva moderación del PSOE, se produce la escisión de dos grupos que se afiliaron a la III Internacional, el Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español, que terminaron unidos en el Partido Comunista de España.
La edad de oro de la socialdemocracia
Tras la Segunda Guerra Mundial, en el bloque del este el comunismo soviético erradicó la socialdemocracia, mientras que en el bloque occidental la socialdemocracia demonizó al Partido Comunista y defendió las tesis keynesianas de la regulación estatal en la economía de mercado. Hubo un progreso notable de la economía occidental. Claro que ese crecimiento tenía truco: en su libro ¿Cómo pagar la guerra? (1940), Keynes no dudó en aconsejar aumentar las colonias en África para financiar el esfuerzo bélico. La ilusión de progreso ininterrumpido en Europa y Estados Unidos, y algo más tarde en Japón, empezó a chirriar en la crisis del petróleo de 1973. Desde entonces hemos asistido a periódicas crisis acompañadas de idas y venidas del aumento del paro, pero siempre hemos encontrado nuevos mercados que abrir, nuevas tecnologías que vender, nuevas guerras para renovar recursos, y sobre todo maneras más rentables de explotar. La deslocalización de la producción y la globalización de la economía impusieron el neoliberalismo y la desregulación extrema en los años 90, época en la que el Norte siguió prosperando a costa de la creación de desigualdades nunca vistas entre países ricos y pobres, y de una depredación de los recursos naturales que empezaba a ser preocupante.
La Internacional Socialista
Heredera de la II Internacional, tras la Segunda Guerra Mundial se constituyó la Internacional Socialista, que agrupa a la gran mayoría de partidos socialdemócratas del mundo. En su Declaración de Principios, adoptada en Estocolmo en 1989, podemos encontrar estos principios respecto a la gestión de la economía:
59. El socialismo democrático se fundamenta hoy en los mismos valores que le dieron origen, pero debe formularlos asimilando críticamente la experiencia pasada y con una proyección de futuro. La experiencia ha mostrado, por ejemplo, que si bien las nacionalizaciones pueden ser necesarias en ciertas circunstancias, no son en sí mismas el remedio de todos los males sociales. Igualmente, el crecimiento económico, en un contexto en el que los intereses privados eludan sus responsabilidades ecológicas y sociales, puede ser a menudo destructivo e injusto. Ni la propiedad privada ni la propiedad estatal garantizan por sí mismas la eficiencia económica o la justicia social.
Desde nuestro punto de vista, esto equivale a colocarse en un virtuoso término medio, bienintencionado, pero que deja el cumplimiento de esas declaradas "responsabilidades ecológicas y sociales" a la buena voluntad del poder económico, y renuncia a un papel verdaderamente activo a la hora de implantar con decisión políticas de justicia social, y sobre todo, renuncia a la titularidad pública de los recursos estratégicos que consideramos que deben ser de todos, como un sistema de crédito estatal, la gestión de la energía y las telecomunicaciones, etc.
62. En una sociedad así estructurada, y cuyo fin último es la igualdad de derechos económicos y sociales, el mercado puede y debe operar como una vía dinámica para promover la innovación y expresar los deseos de los consumidores. Los mercados no deben estar dominados por el poder de las grandes empresas ni ser manipulados mediante la desinformación.
De nuevo se presentan respetos al sacrosanto mercado, que "puede y debe", pero no tiene que.
63. La concentración del poder económico en pocas manos debe sustituírse por otro orden en el cual toda persona tenga derecho, en su calidad de ciudadano, trabajador y consumidor, a intervenir en la dirección y en la distribución de la producción, en la organización del proceso y las condiciones de trabajo.
Pero si, como dice el punto 59 anterior, "ni la propiedad privada ni la propiedad estatal garantizan por sí mismas la eficiencia económica o la justicia social", parece difícil imaginar a qué otro orden se refiere este punto, que no sea el que ya tenemos.
64. Una sociedad democrática debe compensar los efectos negativos incluso del más responsable de los sistemas de mercado. El Estado no puede ser tan sólo el taller de reparaciones de los daños causados por los defectos de mercado o por la aplicación incontrolada de las nuevas tecnologías. Más bien debe regular el mercado en función de los intereses sociales, y tratar de que los beneficios de la tecnología alcancen a todos los trabajadores, tanto en su experiencia laboral, como en el crecimiento de su tiempo de ocio y de sus posibilidades de un desarrollo individual con sentido.
En definitiva, las aspiraciones originales de la clase obrera de hacerse dueña de su propio destino, y de organizar y gestionar sus necesidades de la manera más conveniente para el colectivo, han quedado degradadas. Esto nos lleva a renunciar como ciudadanos a desempeñar un papel activo sobre el tipo de vida que queremos llevar, y a ser reducidos a consumidores que debemos confiar en que nuestros representantes políticos convenzan con su ética a los grandes mercaderes de que tengan algo menos de beneficios para tener nosotros la nevera algo más llena, un coche algo mejor y un entorno un poco menos destrozado. El énfasis en el aspecto "individual" de nuestro tiempo de ocio y de nuestras posibilidades de desarrollo nos suenan a desactivación de cualquier impulso colectivo de intentar cubrir nuestras necesidades al margen de ese mercado que ya nos provee de todo.
Creemos que los presupuestos del socialismo descafeinado de hoy no arrancarían de Machado las reflexiones que hizo recordando la impresión que le causó un discurso de Pablo Iglesias hacia 1889:
Al escucharle hacía yo la única honda reflexión que sobre la oratoria puede hacer un niño: la voz de Pablo Iglesias tenía para mí el timbre inconfundible de la verdad humana. Era yo un niño de trece años: [...] "Parece que es verdad lo que ese hombre dice"... Porque antes de Pablo Iglesias habían hablado otros oradores, tal vez más cultos, tal vez más enterados o de elocuencia más hábil, de los cuales sólo recuerdo que no hicieron en mí la menor impresión... Lo cierto es que las palabras de Iglesias tenían para mí una autoridad que el orador había conquistado con el fuego que en ellas ponía y que implicaban una revelación muy profunda para el alma de un niño. De todo el discurso, en el que sonaba muchas veces el nombre de Marx y el de algunos otros pensadores no menos ilustres... sacaba yo esta ingenua conclusión infantil: "El mundo en que vivo está mucho peor de lo que yo creía. Mi pobre existencia de señorito pobre reposa, al fin, sobre una injusticia".
Antonio Machado
Hace cien años Iglesias pronunció en el Parlamento estas palabras de tinte ya no comunista, sino incluso anarquista:
El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales,... esta aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la iglesia, la supresión del ejército... Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones.
(Pablo Iglesias,
Diario de Sesiones del Parlamento, 5-5-1910).
Oír esto en el Parlamento sería impensable hoy día.
El socialismo global hoy
Desde la perspectiva de la izquierda que representamos, los partidos socialdemócratas renunciaron a la revolución social y a una verdadera emancipación de la clase trabajadora y apostaron por ir acercándose a la igualdad mediante políticas reformistas con la (ingenua) esperanza de ir humanizando el capitalismo y haciendo partícipe al individuo del enriquecimiento del gran empresariado. En esa dialéctica de entendimiento con el poder económico representado con la derecha, la socialdemocracia ha ido aceptando participar en políticas radicalmente opuestas al proyecto socialista tales como:
En definitiva, la palabra socialismo se ha vaciado de contenido y, según qué partido o qué facción, puede tener significados muy distintos, cuando no incluso opuestos.
Una historia que se repite
Las acciones políticas de estos años de socialdemocracia con Zapatero guardan algunas semejanzas con el ciclo político de la etapa de Felipe González. Ambos gobiernos socialistas empezaron aprovechando el soplo de aire fresco que supone cerrar una etapa conservadora, y llevaron a cabo reformas que representaron conquistas sociales importantes (aunque derechos como el divorcio o la implantación de la Seguridad Social fueron anteriores al gobierno de González). En el caso de las legislaturas de Zapatero, la regularización parcial de los derechos de gays y lesbianas, la implantación de la Ley de Dependencia o la ampliación de los derechos de la mujer en relación a la interrupción del embarazo han sido algunas de estas reformas. Estas medidas llegan cuando su necesidad ha calado en la opinión pública, y sacarlas adelante sólo es posible con apoyo mayoritario de las fuerzas políticas. Es muy habitual que sea la izquierda más a la izquierda la que empiece levantando estas banderas impopulares e impensables para las mayorías de cada época (como fueron la reivindicación del sufragio femenino, la reducción de la jornada laboral, la necesidad de crear la educación pública), para que tras ese trabajo de punta de lanza estas nuevas ideas vayan abriéndose paso hasta llegar un día a hacerse imprescindibles y ser abrazadas hasta por los más conservadores1.
Sin embargo, la euforia ciudadana con la socialdemocracia siempre toca en hueso al llegar al tema clave: la economía. Y es que las políticas sociales tienen sin duda su coste, pero no cuesta lo mismo otorgar el derecho al matrimonio homosexual que implantar una reforma agraria o nacionalizar la energía y las telecomunicaciones. En la época de González se privatizaron total o parcialmente sectores tan de interés público como SEAT Telefónica, GESA, Endesa, Repsol, y en el caso de Zapatero, las dificultades económicas están volviendo a poner de manifiesto quién ostenta el poder real. Plantear retrasar la edad de jubilación nada menos que dos años y no pedir cuentas por los beneficios escandalosos de los que incluso hoy se jactan las grandes empresas y bancos parece que no cuadra con la tesis central de la socialdemocracia, que pretende que el beneficio del empresario repercutirá también en el obrero.
1¿Cuáles serán esas conquistas en el futuro inimaginables hoy? ¿Sufragio universal para los inmigrantes en cualquier país? ¿Penalización real de los crímenes ambientales? ¿Acceso universal a la cultura y abolición de los derechos sobre la propiedad intelectual? ¿Una nueva manera más activa y responsable de gestionar la propia muerte?
A vueltas con Marx
Con sólo mirar alrededor es casi evidente concluir que el capitalismo nos ha beneficiado a todos. Si ese "todos" incluye sólo a nuestro pueblo, nuestra región e incluso a nuestro país es innegable que las condiciones objetivas de vida son mejores que hace 60 años, cuando se inició la era dorada de la socialdemocracia en Europa. Pero si ese todos incluye al total de la humanidad, el saldo no es en absoluto positivo. En cierta manera, las desigualdades que en el siglo XIX eran sangrantes entre explotadores y explotados, y bien visibles a escala de ciudad, ahora se han globalizado, de manera que tenemos países (y hasta continentes) explotadores y explotados. Quizá el análisis de Bernstein de la predicción de Marx de la crisis del capital adoleció de miopía, pues no consideró que ya en su época la prosperidad de Europa llevaba siglos basada en la expoliación sistemática y la ruina de América y África.
No obstante, y aún con la evidencia de que el número de compradores de automóviles no puede crecer ad infinitum, la economía de mercado tiene todavía mucho combustible que quemar (nuevos mercados en Asia y África), y nuevos motores para funcionar (la nuevas guerras no declaradas para la conquista de las fuentes de energía en Afganistán, Irak, media África, etc., la depredación de los recursos naturales aún existentes, o las nuevas masas de obreros en China e India). Con estos impulsos quizá aún mantengamos la ilusión de progreso en occidente un par de generaciones más, cuando en breve el capitalismo haya vuelto a renacer de nuestras cenizas.
Nuestra apuesta
Con las contradicciones que la participación en el parlamentarismo siempre ha planteado a la izquierda, el rol que Izquierda Unida pretende asumir dentro del juego político difiere de la izquierda socialdemócrata en un aspecto esencial:
La opción que representamos aspira históricamente a la transformación de la sociedad, con el punto de mira puesto en garantizar los Derechos Humanos de cada individuo y en una ética que llegue más allá del bienestar individual basado en la satisfacción material y el acceso al consumo. Y dada la capacidad finita de nuestro planeta, creemos firmemente que la lógica del capitalismo, que solo puede sostenerse creciendo, únicamente puede conseguirse con un verdadero cambio de paradigma, empezando por la cobertura de las necesidades básicas de cada ciudadano usando el mínimo de energía, buscando la eficiencia en la gestión de los recursos naturales y tecnológicos que reconocemos como propiedad de todos. Creemos que la única política que puede llevar a este cambio de modelo es la que se enfrente a los mercaderes para recobrar la propiedad y la gestión de todo aquello que es nuestro y que es vital para nuestra vida en sociedad. Pero un cambio social de este calado no puede protagonizarlo una clase política al margen de la masa social. Sólo estaremos en condiciones de conseguir una sociedad más justa cuando cada ciudadano tome consciencia de que tiene que tomar parte activa en esta transformación, y no acepte limitarse a delegar su poder cada cuatro años en una clase dirigente más interesada en mantener sus privilegios y prebendas de interlocutores con el poder real que en cambiar las cosas. Y en este sentido estamos mucho más lejos que hace cien años. Por esto pensamos que, antes que en el Parlamento, el trabajo político de verdad está en la calle y en el corazón y las mentes de cada vecino.
-[...] ¿Qué régimen político predominará en ese futuro paradisíaco?, me preguntará usted. Y yo le responderé. Una socialdemocracia muy liberal. En el caso de que no haya guerra y continuemos por la vida coexistencial, llegaremos a un serio atasco del crecimiento dentro del sistema capitalista y es posible que incluso dentro del sistema socialista. ¿Ha leído usted Comunismo sin crecimiento de Wolfgang Harich? Acaba de editarse en España pero yo lo había leído en alemán. Harich es un comunista alemán que pronostica: "Si el ritmo actual de desarrollo mundial prosigue sin alteraciones, la Humanidad desaparecerá en dos o tres generaciones." Propone un comunismo austero, es decir, un modelo de supervivencia económica frente a la tesis capitalista de crecimiento continuado y a la eurocomunista de desarrollo alternativo controlado, fiscalizado por la clase obrera y dirigido a conseguir su hegemonía como clase. Yo ya soy viejo y no viviré para verlo.
No sufro por mi estirpe. No me importa lo que pueda ocurrir. Me entristece quizá que desaparezcan esta ciudad o los paisajes que amo. ¿Ha visto usted una puesta de sol en Mikonos?
Manuel Vázquez Montalbán, Los Mares del Sur (1979)
Un poco de historia:
el origen de la socialdemocracia
Si en Alemania vio la luz la formulación de las tesis marxistas, que predecían el colapso del capitalismo y la inevitable ascensión al poder de los obreros como clase dominante, también de Alemania vinieron las principales críticas al marxismo que a la postre escindieron a la izquierda en dos grandes corrientes enfrentadas: la revolucionaria y la socialdemócrata o reformista.
En la raíz de esta división se situó el convencimiento en que el capitalismo no estaba siendo tan terrible para los obreros como se había anunciado: al contrario de lo que Marx predijo, las clases medias estaban creciendo y las condiciones de vida fueron mejorando sensiblemente. Las tesis principales de la socialdemocracia partían de la base de que era posible domesticar el capitalismo salvaje para que el crecimiento económico de las empresas arrastrara a las demás clases sociales hacia una mayor prosperidad.
El ideólogo principal de la socialdemocracia fue el socialista alemán Eduard Bernstein (1850-1932).
En su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia recopiló una serie de artículos escritos desde 1896, ya desaparecido Engels, en la que reconocía que el capitalismo se sobreponía a la crisis profetizada con gran energía, y que la clase media no menguaba sino todo lo contrario. Tras este análisis Bernstein concluía que el camino al socialismo era posible a través de reformas. Es más, se refutaba la propia idea de socialismo negando que fuera un sistema político al que tender, y lo reducía a una serie de valores éticos. Por tanto se renunciaba al objetivo de la revolución y se abría la posibilidad de pactar con las clases dominantes y entrar en la vida parlamentaria para conseguir sus objetivos sociales en el marco de la democracia representativa. Estos objetivos eran sobre todo la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera. Poco antes de la Primera Guerra Mundial la división entre la izquierda comunista y la socialdemócrata se hizo patente en la desintegración de la II Internacional, y la creación de la III Internacional, que llegó al poder en Rusia en 1917.
Y esto sin tener en cuenta otras múltiples divisiones entre anarquistas, sindicalistas, y tendencias trotskystas. Esta división, junto a una creciente conciencia obrera fue un buen caldo de cultivo para el auge de los fascismos.
Los inicios del socialismo en España
Entre tanto, a principios del siglo XX la socialdemocracia española iba por otros derroteros bien distintos a la centroeuropea: El Partido Socialista Obrero Español fue fundado por Pablo Iglesias en 1879 con un ideal revolucionario. Y aún en 1910, cuando en la socialdemocracia europea el reformismo era ampliamente defendido, Pablo Iglesias mantenía que al margen de la vía parlamentaria, los objetivos y medios del socialismo iban más lejos, y seguía mante-niendo la confrontación marxista de clases:
Es cierto que aspiramos a llevar representantes de nuestras ideas al municipio, a la diputación y al parlamento, pero jamás hemos creído, ni creemos que desde allí pueda destruirse el orden burgués y establecer el orden social que nosotros defendemos.
(Pablo Iglesias,
Comentarios al programa socialista, Madrid, 1910)
El PSOE viene a buscar aquí [al Parlamento], a este cuerpo de carácter eminentemente burgués, lo que de utilidad pueda hallar, pero la totalidad de su ideal no está aquí. La totalidad ha de ser obtenida de otro modo. Mi partido está en la legalidad mientras ésta le permita adquirir lo que necesita; fuera cuando ella no le permita alcanzar sus aspiraciones. [...] Debemos, viendo la inclinación de este régimen por S.S., comprometernos para derribar ese régimen. Tal ha sido la indignación por la política del Gobierno del Sr. Maura en los elementos proletarios que nosotros hemos llegado al extremo de considerar que antes de S.S. suba al poder debemos ir hasta el atentado personal.
(Pablo Iglesias,
Diario de Sesiones del Parlamento, 7 de julio de 1910)
Sin duda las terribles desigualdades sociales existentes en la España de principios del siglo XX hacían patente la necesidad de plantear políticas verdaderamente revolucionarias. El reformismo no entraba en cuestión.
En 1920 y 1921, con Pablo Iglesias ya enfermo y cesante de sus funciones, y como consecuencia de la progresiva moderación del PSOE, se produce la escisión de dos grupos que se afiliaron a la III Internacional, el Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español, que terminaron unidos en el Partido Comunista de España.
La edad de oro de la socialdemocracia
Tras la Segunda Guerra Mundial, en el bloque del este el comunismo soviético erradicó la socialdemocracia, mientras que en el bloque occidental la socialdemocracia demonizó al Partido Comunista y defendió las tesis keynesianas de la regulación estatal en la economía de mercado. Hubo un progreso notable de la economía occidental. Claro que ese crecimiento tenía truco: en su libro ¿Cómo pagar la guerra? (1940), Keynes no dudó en aconsejar aumentar las colonias en África para financiar el esfuerzo bélico. La ilusión de progreso ininterrumpido en Europa y Estados Unidos, y algo más tarde en Japón, empezó a chirriar en la crisis del petróleo de 1973. Desde entonces hemos asistido a periódicas crisis acompañadas de idas y venidas del aumento del paro, pero siempre hemos encontrado nuevos mercados que abrir, nuevas tecnologías que vender, nuevas guerras para renovar recursos, y sobre todo maneras más rentables de explotar. La deslocalización de la producción y la globalización de la economía impusieron el neoliberalismo y la desregulación extrema en los años 90, época en la que el Norte siguió prosperando a costa de la creación de desigualdades nunca vistas entre países ricos y pobres, y de una depredación de los recursos naturales que empezaba a ser preocupante.
La Internacional Socialista
Heredera de la II Internacional, tras la Segunda Guerra Mundial se constituyó la Internacional Socialista, que agrupa a la gran mayoría de partidos socialdemócratas del mundo. En su Declaración de Principios, adoptada en Estocolmo en 1989, podemos encontrar estos principios respecto a la gestión de la economía:
59. El socialismo democrático se fundamenta hoy en los mismos valores que le dieron origen, pero debe formularlos asimilando críticamente la experiencia pasada y con una proyección de futuro. La experiencia ha mostrado, por ejemplo, que si bien las nacionalizaciones pueden ser necesarias en ciertas circunstancias, no son en sí mismas el remedio de todos los males sociales. Igualmente, el crecimiento económico, en un contexto en el que los intereses privados eludan sus responsabilidades ecológicas y sociales, puede ser a menudo destructivo e injusto. Ni la propiedad privada ni la propiedad estatal garantizan por sí mismas la eficiencia económica o la justicia social.
Desde nuestro punto de vista, esto equivale a colocarse en un virtuoso término medio, bienintencionado, pero que deja el cumplimiento de esas declaradas "responsabilidades ecológicas y sociales" a la buena voluntad del poder económico, y renuncia a un papel verdaderamente activo a la hora de implantar con decisión políticas de justicia social, y sobre todo, renuncia a la titularidad pública de los recursos estratégicos que consideramos que deben ser de todos, como un sistema de crédito estatal, la gestión de la energía y las telecomunicaciones, etc.
62. En una sociedad así estructurada, y cuyo fin último es la igualdad de derechos económicos y sociales, el mercado puede y debe operar como una vía dinámica para promover la innovación y expresar los deseos de los consumidores. Los mercados no deben estar dominados por el poder de las grandes empresas ni ser manipulados mediante la desinformación.
De nuevo se presentan respetos al sacrosanto mercado, que "puede y debe", pero no tiene que.
63. La concentración del poder económico en pocas manos debe sustituírse por otro orden en el cual toda persona tenga derecho, en su calidad de ciudadano, trabajador y consumidor, a intervenir en la dirección y en la distribución de la producción, en la organización del proceso y las condiciones de trabajo.
Pero si, como dice el punto 59 anterior, "ni la propiedad privada ni la propiedad estatal garantizan por sí mismas la eficiencia económica o la justicia social", parece difícil imaginar a qué otro orden se refiere este punto, que no sea el que ya tenemos.
64. Una sociedad democrática debe compensar los efectos negativos incluso del más responsable de los sistemas de mercado. El Estado no puede ser tan sólo el taller de reparaciones de los daños causados por los defectos de mercado o por la aplicación incontrolada de las nuevas tecnologías. Más bien debe regular el mercado en función de los intereses sociales, y tratar de que los beneficios de la tecnología alcancen a todos los trabajadores, tanto en su experiencia laboral, como en el crecimiento de su tiempo de ocio y de sus posibilidades de un desarrollo individual con sentido.
En definitiva, las aspiraciones originales de la clase obrera de hacerse dueña de su propio destino, y de organizar y gestionar sus necesidades de la manera más conveniente para el colectivo, han quedado degradadas. Esto nos lleva a renunciar como ciudadanos a desempeñar un papel activo sobre el tipo de vida que queremos llevar, y a ser reducidos a consumidores que debemos confiar en que nuestros representantes políticos convenzan con su ética a los grandes mercaderes de que tengan algo menos de beneficios para tener nosotros la nevera algo más llena, un coche algo mejor y un entorno un poco menos destrozado. El énfasis en el aspecto "individual" de nuestro tiempo de ocio y de nuestras posibilidades de desarrollo nos suenan a desactivación de cualquier impulso colectivo de intentar cubrir nuestras necesidades al margen de ese mercado que ya nos provee de todo.
Creemos que los presupuestos del socialismo descafeinado de hoy no arrancarían de Machado las reflexiones que hizo recordando la impresión que le causó un discurso de Pablo Iglesias hacia 1889:
Al escucharle hacía yo la única honda reflexión que sobre la oratoria puede hacer un niño: la voz de Pablo Iglesias tenía para mí el timbre inconfundible de la verdad humana. Era yo un niño de trece años: [...] "Parece que es verdad lo que ese hombre dice"... Porque antes de Pablo Iglesias habían hablado otros oradores, tal vez más cultos, tal vez más enterados o de elocuencia más hábil, de los cuales sólo recuerdo que no hicieron en mí la menor impresión... Lo cierto es que las palabras de Iglesias tenían para mí una autoridad que el orador había conquistado con el fuego que en ellas ponía y que implicaban una revelación muy profunda para el alma de un niño. De todo el discurso, en el que sonaba muchas veces el nombre de Marx y el de algunos otros pensadores no menos ilustres... sacaba yo esta ingenua conclusión infantil: "El mundo en que vivo está mucho peor de lo que yo creía. Mi pobre existencia de señorito pobre reposa, al fin, sobre una injusticia".
Antonio Machado
Hace cien años Iglesias pronunció en el Parlamento estas palabras de tinte ya no comunista, sino incluso anarquista:
El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales,... esta aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la iglesia, la supresión del ejército... Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones.
(Pablo Iglesias,
Diario de Sesiones del Parlamento, 5-5-1910).
Oír esto en el Parlamento sería impensable hoy día.
El socialismo global hoy
Desde la perspectiva de la izquierda que representamos, los partidos socialdemócratas renunciaron a la revolución social y a una verdadera emancipación de la clase trabajadora y apostaron por ir acercándose a la igualdad mediante políticas reformistas con la (ingenua) esperanza de ir humanizando el capitalismo y haciendo partícipe al individuo del enriquecimiento del gran empresariado. En esa dialéctica de entendimiento con el poder económico representado con la derecha, la socialdemocracia ha ido aceptando participar en políticas radicalmente opuestas al proyecto socialista tales como:
- la privatización masiva de sectores estratégicos de la economía,
- la participación en alianzas militares como la OTAN, al servicio de un neocolonialismo revestido de ayuda humanitaria, pero que es vital para abastecer sus economías de materias primas y energía a costa de la explotación de los recursos de los países del sur,
- el fomento de una economía basada en la especulación y el enriquecimiento rápido, y no en la conformación de un tejido productivo equilibrado y orientado al pleno empleo y a la justicia social,
- o, en los últimos tiempos, la flagrante recapitalización masiva de los bancos privados con dinero público al tiempo que la creciente población en paro ve cómo se emplean más medios y energía en vistosos pero raquíticos planes de empleo y márketing político antes que en el fomento de una actividad productiva real y beneficiosa para el conjunto de la sociedad.
En definitiva, la palabra socialismo se ha vaciado de contenido y, según qué partido o qué facción, puede tener significados muy distintos, cuando no incluso opuestos.
Una historia que se repite
Las acciones políticas de estos años de socialdemocracia con Zapatero guardan algunas semejanzas con el ciclo político de la etapa de Felipe González. Ambos gobiernos socialistas empezaron aprovechando el soplo de aire fresco que supone cerrar una etapa conservadora, y llevaron a cabo reformas que representaron conquistas sociales importantes (aunque derechos como el divorcio o la implantación de la Seguridad Social fueron anteriores al gobierno de González). En el caso de las legislaturas de Zapatero, la regularización parcial de los derechos de gays y lesbianas, la implantación de la Ley de Dependencia o la ampliación de los derechos de la mujer en relación a la interrupción del embarazo han sido algunas de estas reformas. Estas medidas llegan cuando su necesidad ha calado en la opinión pública, y sacarlas adelante sólo es posible con apoyo mayoritario de las fuerzas políticas. Es muy habitual que sea la izquierda más a la izquierda la que empiece levantando estas banderas impopulares e impensables para las mayorías de cada época (como fueron la reivindicación del sufragio femenino, la reducción de la jornada laboral, la necesidad de crear la educación pública), para que tras ese trabajo de punta de lanza estas nuevas ideas vayan abriéndose paso hasta llegar un día a hacerse imprescindibles y ser abrazadas hasta por los más conservadores1.
Sin embargo, la euforia ciudadana con la socialdemocracia siempre toca en hueso al llegar al tema clave: la economía. Y es que las políticas sociales tienen sin duda su coste, pero no cuesta lo mismo otorgar el derecho al matrimonio homosexual que implantar una reforma agraria o nacionalizar la energía y las telecomunicaciones. En la época de González se privatizaron total o parcialmente sectores tan de interés público como SEAT Telefónica, GESA, Endesa, Repsol, y en el caso de Zapatero, las dificultades económicas están volviendo a poner de manifiesto quién ostenta el poder real. Plantear retrasar la edad de jubilación nada menos que dos años y no pedir cuentas por los beneficios escandalosos de los que incluso hoy se jactan las grandes empresas y bancos parece que no cuadra con la tesis central de la socialdemocracia, que pretende que el beneficio del empresario repercutirá también en el obrero.
1¿Cuáles serán esas conquistas en el futuro inimaginables hoy? ¿Sufragio universal para los inmigrantes en cualquier país? ¿Penalización real de los crímenes ambientales? ¿Acceso universal a la cultura y abolición de los derechos sobre la propiedad intelectual? ¿Una nueva manera más activa y responsable de gestionar la propia muerte?
A vueltas con Marx
Con sólo mirar alrededor es casi evidente concluir que el capitalismo nos ha beneficiado a todos. Si ese "todos" incluye sólo a nuestro pueblo, nuestra región e incluso a nuestro país es innegable que las condiciones objetivas de vida son mejores que hace 60 años, cuando se inició la era dorada de la socialdemocracia en Europa. Pero si ese todos incluye al total de la humanidad, el saldo no es en absoluto positivo. En cierta manera, las desigualdades que en el siglo XIX eran sangrantes entre explotadores y explotados, y bien visibles a escala de ciudad, ahora se han globalizado, de manera que tenemos países (y hasta continentes) explotadores y explotados. Quizá el análisis de Bernstein de la predicción de Marx de la crisis del capital adoleció de miopía, pues no consideró que ya en su época la prosperidad de Europa llevaba siglos basada en la expoliación sistemática y la ruina de América y África.
No obstante, y aún con la evidencia de que el número de compradores de automóviles no puede crecer ad infinitum, la economía de mercado tiene todavía mucho combustible que quemar (nuevos mercados en Asia y África), y nuevos motores para funcionar (la nuevas guerras no declaradas para la conquista de las fuentes de energía en Afganistán, Irak, media África, etc., la depredación de los recursos naturales aún existentes, o las nuevas masas de obreros en China e India). Con estos impulsos quizá aún mantengamos la ilusión de progreso en occidente un par de generaciones más, cuando en breve el capitalismo haya vuelto a renacer de nuestras cenizas.
Nuestra apuesta
Con las contradicciones que la participación en el parlamentarismo siempre ha planteado a la izquierda, el rol que Izquierda Unida pretende asumir dentro del juego político difiere de la izquierda socialdemócrata en un aspecto esencial:
La opción que representamos aspira históricamente a la transformación de la sociedad, con el punto de mira puesto en garantizar los Derechos Humanos de cada individuo y en una ética que llegue más allá del bienestar individual basado en la satisfacción material y el acceso al consumo. Y dada la capacidad finita de nuestro planeta, creemos firmemente que la lógica del capitalismo, que solo puede sostenerse creciendo, únicamente puede conseguirse con un verdadero cambio de paradigma, empezando por la cobertura de las necesidades básicas de cada ciudadano usando el mínimo de energía, buscando la eficiencia en la gestión de los recursos naturales y tecnológicos que reconocemos como propiedad de todos. Creemos que la única política que puede llevar a este cambio de modelo es la que se enfrente a los mercaderes para recobrar la propiedad y la gestión de todo aquello que es nuestro y que es vital para nuestra vida en sociedad. Pero un cambio social de este calado no puede protagonizarlo una clase política al margen de la masa social. Sólo estaremos en condiciones de conseguir una sociedad más justa cuando cada ciudadano tome consciencia de que tiene que tomar parte activa en esta transformación, y no acepte limitarse a delegar su poder cada cuatro años en una clase dirigente más interesada en mantener sus privilegios y prebendas de interlocutores con el poder real que en cambiar las cosas. Y en este sentido estamos mucho más lejos que hace cien años. Por esto pensamos que, antes que en el Parlamento, el trabajo político de verdad está en la calle y en el corazón y las mentes de cada vecino.
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01 febrero 2010
La Tercera República, tema de la charla que ofreció Julio Anguita en Guadix
La charla fue organizada por la Asamblea de Izquierda Unida en Guadix, y tuvo lugar en el Patio del Ayuntamiento el pasado 22 de enero.
Julio Anguita planteó esta charla abierta al debate poniendo sobre la mesa su visión de la Tercera República Española, tema sobre el que está preparando un libro. De la densa disertación podemos extraer algunas de sus ideas fundamentales:
- La desaparición de la Monarquía y de la figura del Rey no pasaría de ser un hecho puramente formal de la consitución de una República. El modelo republicano debe ir mucho más allá de esta cuestión.
- La Tercera República debería ir pareja a una serie de valores que podrían resumirse en el pleno cumplimiento de los Derechos Humanos, por otra parte, ya hace muchos años ratificados por el es-tado español, pero que lejos están de ver su cumplimiento efectivo.
- El Ejército debería ser recon-vertido en una institución para la defensa de la ciudadanía y la intervención en emergencias graves y desastres naturales, pero desmar-cado de la OTAN y de la intervención en guerras como la de Afganistán, justificadas como "misiones de paz".
- La Tercera República debe ser un proyecto progresista. Muchos países republicanos tienen de hecho polí-ticas conservadoras. Anguita expuso la posibilidad de una Tercera Repú-blica alumbrada por la derecha, por lo que el republicanismo en sí mismo, hoy abanderado por la izquierda, no tiene por qué suponer necesariamente una realización de izquierdas.
- La República sólo será posible cuando existan suficientes republi-canos, por lo que debe caer por su propio peso y no podrá ser impuesta "por decreto".
El turno de preguntas se prolongó por largo espacio de tiempo. El acto terminó con una cena con Julio en el Hotel Carmen.
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