10 noviembre 2009

El coste de no producir

José López Montes - Consejo Local de IU Benalúa

En los últimos años se está haciendo evidente que, con el funcionamiento actual de los mercados agrarios, en nuestra zona pronto será imposible mantener una actividad agrícola rentable. Los costes de producción son más altos que los beneficios obtenidos. El enorme margen de beneficio que tradicionalmente se llevaban los intermediarios no parece ahora suficiente: en la escala de la política europea y de los grandes empresarios resulta aún más ventajoso importar productos alimentarios a bajo precio desde lejanos puntos de producción, antes que cultivar y comercializar los cercanos. Por supuesto, en estos cálculos no se consideran los costes de no producir. Citemos sólo algunos:
  • La progresiva dependencia del exterior para el abastecimiento de los productos básicos, que a medio plazo es un potencial riesgo, equiparable a la dependencia energética.
  • El abandono de los cultivos, especialmente en ecosistemas dependientes de la actividad humana tales como nuestra vega, que acarrea una rápida degradación, erosión y desertificación del terreno.
  • La destrucción del modo de vida de los agricultures, que condena al medio rural a la despoblación. En España es evidente, sobre todo en las dos castillas, el fenómeno del vaciamiento del campo en un flujo humano que hace que los pueblos se queden abandonados a la par que las urbes engordan sin pausa.
El debate político suele oscilar entre la necesidad de tomar medidas proteccionistas para dar salida a los productos nacionales o la aceptación de las reglas del libre mercado global con la promesa del acceso a grandes oportunidades de negocio y prosperidad. Para la gran industria agrícola sólo entra en cuestión el monocultivo a gran escala, basada en la manipulación genética. Es difícil imaginar una manera de producir más destructiva y peligrosa.
Sin embargo, los productores menos poderosos que reclaman protección del estado tienden a reproducir el mismo modelo a escala regional o nacional, por lo que en realidad este debate es antes una disputa entre diferentes grupos de poder que un enfrentamiento entre diferentes modelos de producción. No se va más allá en la discusión.

No resulta difícil de calcular que con los medios disponibles es posible un abastecimiento general de alimentos para toda la población mundial. Asimismo es claro que con el sistema económico imperante no sólo no es posible llegar a esa situación, sino que cada vez estamos más lejos de ella. Si se piensa un momento es sencillo: al capital le interesa la destrucción. La desaparición de tierras productivas conlleva escasez, y la escasez hace subir los precios.

Recientemente se ha conocido que en los últimos meses, a causa de la crisis económica global, han descendido notablemente las emisiones de gases de efecto invernadero. Lo que no han conseguido tratados internacionales y declaraciones de buenas intenciones lo ha logrado nuestro descalabro financiero en un tiempo récord. Al parecer, al ecosistema de nuestro planeta sólo le va mejor cuando a nuestra economía le va peor. Visto desde fuera, sólo este hecho sería suficiente para acreditar que nuestra manera de gestionar los recursos no es la mejor.

Economía y ecología se presentan hoy como intereses contrapuestos, pero si echamos un vistazo al pasado de la palabra podemos encontrar claves para el futuro: Economía procede de oikos (la casa, incluyendo todo su contenido) y nemein (administración). Por tanto, mientras nosotros (y los poderes políticos que de nosotros emanan) no consideremos que nuestro oikos es el planeta entero, con todo lo que contiene, difícilmente vamos a tener una economía que no se base en dejar que el único criterio que gobierne la agricultura sea la maximización de los beneficios de unos pocos mercaderes a cuenta del total de la tierra y el pueblo que la trabaja.

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