24 marzo 2009

Editorial - marzo 2009

José López Montes

Sin duda la palabra estrella de este año será crisis. El número de veces que podemos encontrárnosla en un solo día entre medios de comunicación, conversaciones casuales e incluso reclamos publicitarios es sorprendente. Quizá por eso habría que pararse por un momento a considerar lo que subyace tras el uso tan unánime de la palabra para definir lo que estamos viviendo. Para empezar, podemos examinar las definiciones que da la Real Academia de la palabra crisis:
  1. Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente.
  2. Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales.
  3. Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese.
  4. Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes.
  5. Juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente.
  6. Escasez, carestía.
  7. Situación dificultosa o complicada.
De estas definiciones podemos extraer varias conclusiones: que una crisis no implica en sí misma consecuencias negativas, y que se trata de un momento excepcional en el curso de un proceso continuado. Además, en estas definiciones es común la ausencia de una causa identificada que la provoca. Más bien parece que una crisis se produce de manera oscura. Aplicada la palabra al sistema capitalista neoliberal, cuando se nos lanza el mensaje de que estamos en crisis se nos está diciendo algo así como: "esto es algo transitorio que no pertenece al funcionamiento normal de nuestra economía, nadie es culpable, y además puede que salgamos reforzados de esta situación". Pero, parece que en este caso, los agentes que han provocado las penurias que vivimos están claramente identificados, y además el colapso económico, sobre todo en lo referido a la construcción, ya fue hace años vaticinado por muchísimas voces sensatas en lo medios, aunque ahora nadie quiere recordarlo. En cuanto a lo excepcional de la situación, este es el punto clave: ¿no será que las crisis son en realidad una parte esencial del mecanismo capitalista, y no un malfuncionamiento temporal? Porque las crisis han sido numerosas, y no pueden ya sorprendernos. ¿Qué tal si en lugar de crisis llamásemos a esto período de recogida de beneficios y reestructuración de los medios de producción y de la fuerza de trabajo? ¿Y si empezásemos a pensar que el parado no lo es por designio divino, sino por una estrategia bien calculada del sistema?

Actualmente somos rehenes de nuestro modo de vida, y encima tenemos incluso que pagar el rescate (léase recapitalización de la banca privada con dinero público) a aquellos que nos tienen secuestrados.

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